Existe el mito de que los cambios personales empiezan en el interior y luego se ven en el exterior, pero yo diría que, mucho más a menudo, siguen el camino inverso, el de la piedra lanzada al agua.
Si pensamos en la posibilidad de que una piedra del fondo de un río sea movida por una corriente de manera que acabe subiendo a la superficie, haciéndose visible y modificando la superficie del agua, el proceso no parece muy natural. Sin embargo, cuando enfrentamos un problema, tendemos a pretender generar toda la fuerza, dirección y determinación en nuestro interior, o mejor dicho en nuestra cabeza, y mover todo, resolverlo, desde ahí.
Cuando buscamos cambiar “desde dentro” nos olvidamos de que seguro ha sido una fuerza externa, una experiencia, la que nos lleva a buscar el cambio y que no lograremos consolidarlo sin relacionarnos con ese exterior.
Cuando nos “damos cuenta” de algo o algo nos “resuena”, nos “impacta” o nos “daña”, todos esos algos se originan fuera de nosotros. Y el error está en enfrentar ese algo sin salir al exterior. No podemos enfrentar el miedo sin actuar contra el miedo, no podemos superar la tristeza sin transitar la tristeza, no podemos vencer a la rabia sin canalizar la rabia. No podemos cambiar las cosas sin construir cosas nuevas.
Si un cambio personal no es visible, nuestro entorno seguirá relacionándose con nuestro hacer del pasado y eso hará mucho más difícil mantener ese cambio.
Si pretendemos mantener en un cambio alimentándolo únicamente de nuestra decisión y fuerza de voluntad interior, el trabajo será pesado y difícil de sostener. En cambio, si ponemos en acción de manera visible ese cambio, para construir una estructura concreta que nos permita efectivamente cambiar y que anuncie al mundo, sin estridencias pero sin misterios, que estamos construyendo de esa nueva manera, el cambio se irá consolidando en experiencias y reacciones.
El cambio visible, la piedra lanzada al agua, genera ondas concéntricas cada vez más amplias, pero lo más importante es que, después, se deposita en lo más profundo del agua.
Cuando, en vez de buscar la piedra o el momento perfecto, decidimos tirarla al agua, cuando actuamos en vez seguir analizando cómo deberíamos sentirnos o estar para poder actuar, experimentamos nuestra capacidad de mover las aguas, de hacer cambios visibles que generen cambios en nuestro entorno. Es decir, aprendemos, de manera progresiva y profunda, que tenemos capacidad de incidir en cómo vivimos y cómo estamos.
¿Sientes que no logras llevar a la vida real los cambios que necesitas?
Explícame tu situación y buscaremos las herramientas estratégicas que te pueden ayudar.