Por suerte, una de las cosas claves que aprendí en terapia fue a cuestionar mis arraigadísimos valores de verdad y mentira.
La verdad y la mentira forman parte de la naturaleza humana, aunque decir la verdad tenga muy buena prensa y esté mal visto defender la mentira. De hecho, todas las personas mentimos entre 10 y 200 veces al día y los niños y niñas que saben decir mentiras prosperan más en su vida adulta que sus amiguitos y amiguitas que siempre dicen la verdad.
Dicen que “la sinceridad no mata a nadie, pero hiere a mucha gente”
Normalmente, las personas no mentimos porque vivamos en un mundo corrupto o porque seamos débiles o porque tengamos malas intenciones. Sin embargo, a menudo nos sentimos mal por mentir o bien sentimos la obligación de decir la verdad. Eso se debe a esa ética bienintencionada que define la sinceridad como una virtud suprema, aunque ignore otros valores inherentes al ser humano, como el bienestar o el sufrimiento.
¿Cuánta verdad es capaz de soportar una persona?
A veces es prioritario mantener una idea, decir la verdad, nuestra verdad, aunque genere sufrimiento y malestar. Pero deberíamos plantearnos si nuestra prioridad es siempre mantener una idea por encima del bienestar de otras personas o por encima de los afectos que queremos cuidar, o si, quizá, a veces, es preferible proteger el todo por encima de esa idea.
La sinceridad es una cuestión de prioridades
Tanto la verdad como la mentira son herramientas de socialización y el arte de manejarse en sociedad es la combinación de saber callar y saber decir en el momento adecuado. A veces, toca mentir, porque, francamente, lo que queremos es cuidar la relación y no la verdad.
¿Eres incapaz de mentir aunque te perjudique?
Explícame tu situación y juntos buscaremos las herramientas estratégicas que te pueden ayudar.